domingo, 28 de septiembre de 2014

domingo, 21 de septiembre de 2014

El Milagro del peregrino


Emoción, lagrimas atragantadas, algo profundo, físico e indescriptible me embarga.
Las campanas me reciben mientras camino los pasos del peregrino, mezclada en otros pasos distraídos.
Veo la plaza y caballos, me acerco, son Gauchos de Rosarios de la Frontera, departamento de Salta. Sus ponchos rojos brillan.
Camino unos pasos más, ellos se aproximan a las puertas de la Iglesia Catedral, las campanas los reciben, redoblando al viento. Llegan adelante las imágenes, bien montadas, pequeñitas en sus aperos.
La Virgen va de tiro de un gaucho recio en una enorme y orgullosa mula zaina, los acompaña un San Jorge, pequeño también, en una cabalgadura más humilde, las jerarquías son claras.
Desmontan, son Gauchos de verdad, no de desfile, los aperos están gastados, los ponchos desteñidos por mil soles inclementes y lluvias piadosas, los cueros estirados, brillosos con la sobadura del tiempo y el esfuerzo, los pellones de lanas ralas.
Las caras curtidas, las manos fuertes sostienen con viril ternura a la Virgen chiquitita. De la escena se desprende una inocencia que me traspasa, han cabalgado 200 km para llegar, se los ve cansados, sin dormir.

















Ilusionados miran sorprendidos a los turistas que se les acercan para sacarse fotos, ellos, los gauchos, se amontonan, como saben hacerlo ante el peligro, ante lo desconocido.
Su sencillez es su lema, sus manos duras, sus almas puras.
Aun les faltan unos pocos metros para llegar a su destino, a los pies del señor y la Virgen del Milagro, patronos amantísimos.
 Apuro mi paso y entro en la iglesia, quiero verlos entrar por el pasillo principal a ofrecer sus respetos humildes a los patronos.
Entran solemnes, sombrero en mano, acompañados del aplauso de la gente y el ruido de sus espuelas, que emocionada comprende su esfuerzo. De repente de los costados del pasillo unos hombres vestidos de negro detienen su marcha, se paran desconcertados, están cansados, quieren llegar al altar a dejar sus ofrendas.
Los detienen los respetos humanos, y en 2000 de enseñanzas de humildad y caridad, nada ha cambiado, abran paso a la autoridad primero.
Han tenido la mala suerte de llegar a la misa del “triduo” oficiada por el arzobispo y a la que concurren las autoridades políticas.
Ver esto me da como una estruendosa cachetada en el alma, ver la cara de desconcierto de los Gauchos, azorados, cansados, las “autoridades mundanas” lustrosas y lavadas, con cara de indiferencia y paso poderoso, taconeando en el suelo lustroso de mármol blanco y negro, ocupando sus lugares como en un juego de ajedrez político, maquiavélico, sin real sentido de estar ahí, solo poder y presencia.
El contraste me hiere, la bronca me rebela, las lágrimas de emoción ya son de rabia e impotencia, el cansancio de los gauchos es mío en ese momento.


Y mientras la bronca se me me resbala por el cuerpo estalla en el aire un coro de voces magnificas, cantando el himno a la Virgen del Milagro, y así, sin quererlo la rabia se me diluye en lágrimas de sobrecogedora alegría y emoción.